viernes, 26 de noviembre de 2010

HOY


Hoy será un día como todos los anteriores. Cuando los primeros sonidos del día me despierten, me encontraré como siempre, encerrada.  Luego, mis captores llegarán, me dejarán salir un rato al prado para tomar aire fresco, para comer, para disfrutar de la “supuesta” libertad de la naturaleza pero, igual, habrá límites y cercas y seguiré privada de mi libertad.  Estoy prisionera, sumergida en una vida aburrida en la que cada día es igual al anterior o, incluso peor, debido a la constante certeza de la rutina.  Puedo narrar los sucesos diarios con la precisión de un reloj, como un narrador omnisciente prediciendo el canto de los gallos, el vuelo de los pajaritos o la fresca lluvia que, con sus cosquillas, le da cierto toque de variedad a la monotonía que desorienta mi existencia.

No lo puedo negar, no me maltratan y, según les he escuchado decir, no me falta nada.  Dicen que supuestamente estoy en unas condiciones por encima de los estándares, mmm… yo no estoy de acuerdo ¿qué estándares existen para esto? me hace falta hasta lo que nunca tuve o conocí. Estoy privada de mi libertad, sueño con conocer lo que hay más allá de los límites de mi encierro, sueño con ver la ciudad que siento a lo lejos como un zumbido permanente que no deja de inquietarme como las moscas que merodean este lugar.

Ellas, las demás, me ignoran y me tratan como lo que soy, alguien distinta que no se conforma y que no acepta este encierro.  Me dicen que podría ser peor, que podrían estar explotándonos y tenernos en peores condiciones.  Aunque sé que en parte tienen razón y que el panorama podría ser más desconsolante, yo no estoy conforme.  No pienso quedarme enclaustrada siendo drenada cada día, sintiendo como me chupan mi independencia mientras ellos se enriquecen con mi esencia, con mi ser.  Repito, tengo sueños, soy distinta, me rehúso a quedarme sitiada aún sabiendo que probablemente me espera una vida entera  aquí prisionera… en fin.
Resignada a vivir una jornada igual a todas, el día me recibió con una inesperada revelación: una de las rejas está abierta. 
Sin dudarlo un solo segundo, me arrojo de cabezas a la libertad sin despertar a nadie y corriendo por mi vida, ignorando que podría haber cantado, gritado, hacer sonar mil cencerros sin que nadie se enterara; el alcohol que bailaba en las venas de mis captores era mi fiel secuaz en la huida.     

Tomo la primera bocanada de aire e, inmediatamente, siento la diferencia de estar al otro lado. La adrenalina del escape hace que el tiempo vuele y que mi pesada contextura parezca irrelevante a medida que dejo atrás el campo y me adentro, poco a poco, en los suburbios de una caótica pero redentora ciudad.  Una ciudad que se muestra enorme ante mis ojos que no paran de estudiar cosas y seres que jamás había visto.  Pienso que no es momento de echarme para atrás, más vale apurar el paso y despedirme de mi vida como había sido hasta hoy.

Hoy, no es un día como todos los anteriores; aunque lo soñé muchas veces, nunca pensé que en realidad podría llegar el día en que me encontrara en libertad recorriendo la ciudad.  Pese a que llevo conmigo las marcas del encierro, siento a la indiferencia caminar a mi lado; nadie me pregunta de dónde vengo ni a dónde voy, se limitan a mirarme con desgano y a esquivarme como si mi presencia los amenazara de alguna manera.  Estoy libre, sí, pero también aturdida y confundida, todo sucede tan rápido.  Aquél zumbido que solía sentir a lo lejos es en realidad un caos inmaterial que envuelve la ciudad y me produce un miedo aterrador.  Mis sueños de libertad pronto se transforman en amenazas contra mi vida, monstruos gigantes pasan por mi lado escupiendo humo y maldiciones, también palos y piedras golpean mis deseos de independencia y dignidad.  Finalmente, el miedo me domina y me detengo.

Hoy no ha sido un día como todos los anteriores.  Mañana, quién sabe.  Doy media vuelta, se está haciendo tarde.  Tal vez no se hayan dado cuenta de mi ausencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario