viernes, 3 de febrero de 2012

Por la vereda tropical


Son las ocho y media de la noche y la crónica que debo escribir para mañana no da muestras siquiera de existir como idea o como intento fallido, así que me dispongo a salir a caminar en compañía de mi feroz perro, con la esperanza de que el mismo paseo nocturno, para nada habitual, se convierta en dicha historia aunque, pensándolo bien, es poco probable porque no creo que suceda mucho en las calles del residencial barrio El Poblado.

Debo aclarar que por feroz perro me refiero a Humo, un tierno e inofensivo Schnauzer al que no saco a pasear casi nunca ya que, como digo yo, trabaja de perrito en un preescolar en horario extendido y probablemente a las dos cuadras, si es que en El poblado se les puede llamar cuadras, se va a querer devolver. En fin, con mi ipod en modo paseo, es decir con “música metálica” a todo dar, mi fiel compañero y yo damos por iniciada nuestra empresa por la loma de mi barrio que, según me dijo un amigo alguna vez, es tan empinada que por allí se desnuca hasta una culebra. 

Inmediatamente salgo del edificio, siento que el paseo va a dar sus frutos. No es lo mismo pasar todos los días de la vida por allí en carro que hacerlo a pie; la inclinada loma se torna bien distinta cuando se pasa de andar en primera y con el aire acondicionado a ser arrastrado calle abajo por un desesperado perro que busca el árbol más cercano para “pegarse” la primera de muchas orinadas. No llevamos ni veinte metros cuando nos encontramos con el primer obstáculo: no hay acera.

En su desespero, como todo perro chiquito, Humo me arrastra loma abajo, por la calle y en medio de una camioneta de esas de accionista de alto riesgo que, afortunadamente, parece no tener afán ya que no va a más de 40 kilómetros por hora. A unos diez metros, decido que es momento de pasar al otro lado, en donde sí hay acera, muy bonita por cierto, de esas en alto relieve para los invidentes; entonces miro que no vengan camionetas grandotas, feas y cruzamos la calle esperando que dicha acera nos lleve por lo menos hasta la Loma de El Tesoro, una importante vía en la que desemboca mi mencionada calle.

Afortunadamente para mi historia, no llevo ni el equivalente a dos cuadras cuando nos encontramos, por segunda vez, sin acera y es que aparentemente caminar por El poblado es un divertido y riesgoso juego de zigzag. Hemos llegado a la vía principal y los carros bajan cómodos por su calle. Humo, como presintiendo el peligro, empieza a devolverse y se niega a caminar a pesar de mis tirones, tanto así que me toca cargarlo y empezar a caminar por una canaleta, incómodo, perro en brazos, reflejándome en las ventanas cerradas de los carros, en búsqueda de la próxima acera y sintiéndome como un perfecto candidato para la portada de Vivir en El Poblado.

Fueron otras dos aceras inconclusas y una pasada de calle obligada con Humo a cuestas ante el riesgo de ser atropellado hasta llegar a la Transversal Inferior. Pareciera que las calles de El Poblado estuvieran perfectamente diseñadas para aquel que tiene carro y, si es de los grandes esos, mejor. Será que las aceras son exclusivamente para las empleadas domésticas y los obreros que se dirigen todos los días a sus obras desafiando el peligro, como si sus trabajos no fueran lo suficientemente riesgosos, o para uno que otro aventurado caminante, como si se tratara de un deporte extremo con algún sofisticado nombre en inglés, como “extreme urban hiking” o algo por el estilo.

Bueno… pensé que una vez en la Transversal Inferior no me encontraría más con este problema, ya que por allí sí se ven personas caminando con perros grandes y finos y también me acuerdo mucho de los interminables trancones del año pasado para reformar dichas aceras, pero no fue así; una vez dejo atrás el Mall Piazza Bella, me encuentro ante el nombrado inconveniente.

Siguiendo en la dinámica de paseo investigativo, me tomé la molestia de caminar unos cuantos metros con los ojos cerrados, jugando a que era ciego y que Humo era mi lazarillo que siquiera tiene trabajo de mascota en el preescolar porque resultó pésimo; entre tirones del perro, tropiezos y salidas del sendero, debo confesar que uno sí alcanza a sentir en los pies los distintos tipos de relieves, pero como buen tramposo supe abrir los ojos cuando presentía que se acababa la acera, muy bien delimitada por unos puntos bajo mis zapatos que luego se convertían en nada, en calles y en carros.

¿De qué vale tener aceras bonitas para invidentes si a unos metros se terminan sin aparente razón? Por lo menos yo puedo buscar la acera más cercana, que en este caso se encuentra pasando la calle y puedo perfectamente cruzarla corriendo, saltando, dando vuelta canelas, perro en brazos o no; pero ¿qué harían un anciano o un discapacitado?, supongo que caminar hasta una cebra y pasar por allí, pero desde el lugar en donde me encuentro, el cruce peatonal más cercano no se alcanza a ver y significaría devolverse.

En fin, para no extenderme mucho en mi texto, voy a contarles que desde mi casa en la calle 6, bajando por la Loma de El Tesoro, tomando la Transversal Inferior, subiendo por la Loma de Los Parra, en donde vuelvo a tomar la citada loma con nombre para piratas para arribar a la Transversal Superior y llegar nuevamente al “desnucadero” de culebras que es mi casa, me encontré en siete oportunidades caminando acorralado entre el barranco y los carros o ante la necesidad inminente de cruzar la calle; que no es para nada fácil cuando, no se disponen de cruces peatonales suficientes y los carros hacen caso omiso de los límites de velocidad porque ya saben en dónde disminuirla y engañar a las cámaras de las fotomultas.

También me encontré con dos amigos subiendo en bicicleta, con luces de seguridad en las llantas y en los cascos, con un perrito feo de esos ñatos que igualmente olfateó a Humo y se le escapó a una señora. Descubrí, además, unas escaleritas perfectas para fumar marihuana, que no es que yo sea marihuanero, pero sí tengo algunos amigos que lo son y siempre comentan entre sí que se encontraron un sitio “el verraco para fundir”; entonces, a uno como que se le pega la costumbre y siempre que veo un lugar así pienso para mis adentros y me imagino a cualquiera de mis amigos allí sentado, aunque no los entiendo si al fin y al cabo resultan fumando en cualquier parte, pero eso ya será asunto de otro relato.

Así termina mi interrumpido viaje de una hora por las calles de mi barrio, que está hecho para carros, motos y algunos buses, pero no para peatones. Pienso que si le gastan tanta plata transformando las aceras existentes en bonitos y útiles caminos aptos para invidentes, sería muy bueno que también se encargaran de construir unas nuevas aceras, para darle continuidad a un paseo que, de no ser por tanta interrupción mientras se logra cruzar las calles en búsqueda de dichos senderos, sería perfecto; y, de ser así, seguramente dejaría muchas veces el carro en el parqueadero para salir a caminar con mi trabajador perro.

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