sábado, 9 de abril de 2011

Un secuestro por las buenas...


Cómo olvidar aquella mañana de un viernes de julio de 1984. Ese día, tres periodistas antioqueños: Guillermo Escobar Pérez, de la cadena radial Caracol; José Guillermo Herrera, director del periódico El Espectador, sección Antioquia, y yo, Alonso Orozco Cadavid, redactor político del diario El Mundo, habíamos atendido la “invitación” de un enlace del IV Frente de las FARC, quien, supuestamente, debía entregarnos un comunicado de ese grupo guerrillero, considerado el más violento y de mayor importancia en el organigrama del mismo.

Los tres comunicadores, quienes curiosamente éramos grandes amigos, cumplimos la cita programada frente al Teatro Pablo Tobón Uribe de Medellín, con precisión inglesa. Eran las 10:00 de la mañana y allí llegamos motivados por la importancia de dicho comunicado en el que el grupo subversivo iba a fijar su posición frente al acuerdo de paz adelantado por el entonces presidente de Colombia, Belisario Betancur Cuartas. El M-19 y el EPL, ya se habían sumado a dicho proceso. Faltaba la palabra de las FARC, que era esperada con gran expectativa, no sólo por lo que representaban históricamente sino por el poderío que ostentaban en ese momento, por lo que el comunicado que íbamos a recibir, era una “noticia bomba” para el país y claro está, para nosotros.

Transcurrieron sólo unos minutos y, de un vehículo Lada, de color blanco, se bajaron dos hombres. Un tercero, el conductor, se quedó en su sitio. Unas cortas palabras y la silueta de una ametralladora en el interior de la chaqueta de uno de los hombres, bastaron para darnos cuenta que se trataba de un secuestro. “Tranquilos que no les va a pasar nada. Súbanse al carro y no miren hacia afuera, siempre al frente que nos vamos a encontrar con los comandantes”, fue la frase que, estamos seguros, dijo quien parecía ser el jefe, un hombre delgado, moreno y de regular estatura.

Entonces, la mirada de inocencia y de tranquilidad que reflejaban nuestras caras, se transformó por una de temor, pues aún cuando el grupo guerrillero por esa época no era tan sanguinario y actuaba más por principios ideológicos, no dejaba de ser incierto el futuro que podíamos esperar en semejantes manos.

Y de ahí en adelante, comenzó un largo camino por carretera hasta poco antes de Puerto Berrío y por el río Magdalena en chalupa hasta llegar a Barrancabermeja, en el departamento de Santander. 

Las horas de viaje, para ser francos, no fueron tan tortuosas. Pese a que son muchos kilómetros los que hay que recorrer, el supuesto jefe del grupo se dedicó a contar historias de las largas travesías que había hecho por cuanto camino y montaña se nos atravesara en el camino. El otro compañero, que viajaba de manera incómoda con él en la parte delantera del automotor, sólo modulaba palabra y se limitaba a contestar una que otra pregunta de su jefe. El conductor, a su vez, nos dedicó unas cuantas frases aunque intranscendentes como el estado del tiempo, de la carretera o del vehículo, dándonos a entender que era mejor mecánico que guerrillero. Hubo tiempo para todo, hasta para degustar unos pasteles y una gaseosa en una de las tantas tienduchas que hay a la vera del camino.

Como supimos más adelante, los tres hombres cumplían una labor de enlaces dentro del grupo guerrillero; es decir, no estaban metidos en el monte, sino que le hacían mandados a los jefes, por lo que actuaban tranquilamente en pueblos y ciudades como cualquier parroquiano, sin tener que ocultar sus rostros.

Entre tanto, en Medellín, la noticia del secuestro de los tres periodistas se regó rápidamente y muy pronto el hecho fue conocido en todo el país por medio de las cadenas radiales. Como nosotros habíamos hablado del hecho a varios compañeros de trabajo, nuestra ausencia por varias horas llamó la atención de ellos y, desde Caracol, se soltó “la chiva”.  Sobra decir que al día siguiente fuimos objeto de grandes titulares en los periódicos de Antioquia y Colombia.

Antes de llegar a Puerto Berrío, como lo dije, nos bajamos del carro y caminamos por una pequeña trocha hasta encontrar una chalupa que tenía su propio conductor. Por lo menos cinco horas nos tomó llegar hasta la calurosa Barrancabermeja. Allí amanecimos la primera noche en un hotel cuya dueña nos llamó mucho la atención porque el saludo con el llamado jefe fue de camarada, lo que nos hizo suponer que era el dormidero de muchos guerrilleros y quién sabe de cuántos secuestrados más.

En la madrugada debimos esperar cuatro horas porque por el río Magdalena había bajado una patrulla del Ejército; partimos con dos guías distintos, una vez se había despejado el camino. Nuevamente tomamos la chalupa y ahora sí, el temor fue más grande pues los guerrilleros nos habían alertado de los peligros de encontrarnos con los soldados pues podía armarse la “de Troya”.

Por fortuna, el viaje, de más de tres horas, transcurrió tranquillo. En un punto que sólo un curtido campesino o guerrillero podía conocer, nos adentramos por la selva. Recorrimos muchas horas, casi toda la mañana por un supuesto camino en medio de árboles, maleza, lianas, humedad y zancudos. Otro hecho que nos llamó la atención, es que pasamos por tres o cuatro casas a cuyos habitantes saludaban con mucha confianza y las personas que encontramos más adelante ya no estaban armadas sólo de machetes, sino con armas de distintos calibres.

Por fin, llegamos al campamento de los jefes de las FARC. El grupo lo conformaban unas 40 ó 50 hombres y mujeres, aunque en los alrededores había varios cordones de seguridad y era imposible saber a ciencia cierta cuántos eran los integrantes del frente pero podía ser cuatrocientos, quinientos o sabrá Dios cuántos.

El saludo fue con protocolo y todo. Nos tocó ponernos firmes y escuchar, frente a la bandera del grupo, el Himno de las FARC. Aunque el hecho de haber sido secuestrados ya era noticia, no lo fue menos el comprobar que uno de los comandantes era el famoso “Tito” que algunos meses atrás, el Ejército había dado por muerto en un enfrentamiento. Allí estaba “vivito y coleando” como dice el cuento.  Más adelante, llegaron cuatro o cinco señoras llevando varias ollas con un suculento sancocho.

En ese campamento, si así puede llamarse pues era sólo un punto en donde habían cortado varios árboles, estuvimos dos noches. De ahí salimos para otro punto, tras haber caminado seis o siete horas. En este último estuvimos dos noches más hasta que se cumplió el fin de nuestra odisea.

Durante la estadía en estos dos campamentos, el trato fue muy decoroso. Siempre nos acompañaban tres o cuatro personas que a toda hora nos estaban hablando del grupo, de política, de la oligarquía, de los sufrimientos del campesinado y del Acuerdo de Paz de Belisario del que intuimos no estaban muy de acuerdo, valga la redundancia. En la noche, la reunión era con 15 ó 20 hombres, entre ellos los jefes. Allí estaban dos extranjeros, hombre y mujer, de nacionalidad francesa. También, por la conversación, nos pudimos dar cuenta que había médicos, ingenieros, abogados y hasta periodistas. Nos llamó poderosamente la atención, asimismo, las ametralladoras que portaban algunos guerrilleros; unas M-16 que eran enormes e intimidantes y tenían que ser cargadas por los más corpulentos hombres. Muy de madrugada, aún a oscuras, se levantaban todos y se ponían a hacer ejercicios, portando linternas, semejando cocuyos. Quizás para descrestarnos y como un antídoto contra el cansancio y los zancudos, siempre nos daban champaña y chinchorros con mosquiteros para dormir. Incluso, para pagarnos nuestros gastos de regreso, nos dieron un buen fajo de dólares.

Como la “chiva” de nuestra liberación la dio Caracol, por razones obvias, tuvimos que desistir de viajar en avión a Bogotá para llevarle el comunicado al presidente, sino que lo hicimos por carretera, de noche, pues las recomendaciones de los propios guerrilleros es que el mismo Ejército nos iba a coger para quitarnos el comunicado y para hacernos quién sabe qué más cosas.

Ya en Bogotá, cansados, prácticamente con la misma ropa, optamos por llamar a uno de los periodistas del Palacio de Nariño, Jorge Callejas, quien había sido compañero de universidad y le entregamos el comunicado. Nos perdimos, aunque intencionalmente, el apretón de manos y la foto con Belisario. Pero cumplimos con el encargo: el presidente recibió el comunicado del IV Frente de las FARC en el que fijaba la posición del grupo guerrillero que dio al traste con las aspiraciones de paz del mandatario antioqueño.


El protagonista


Alonso Orozco Cadavid nació en Támesis, Antioquia, el 5 de agosto de 1952. Comunicador Social de la Universidad de Antioquia. En ejercicio de su profesión, se ha desempeñado como redactor de los periódicos El Espectador, El Mundo y la cadena Radial RCN. Ocupó el cargo de Jefe de Prensa de la Asamblea Departamental y de Director de la Oficina de Comunicaciones y Relaciones Públicas de la Beneficencia de Antioquia.  Fue asesor en Comunicaciones y Mercadeo del Tecnológico de Antioquia, de donde se retiró como pensionado. Desde el 2000 dirige la revista Mirador del Suroeste.

Es autor de los libros Aquí está Antioquia sobre la historia de la Asamblea Departamental; El afán de soñar, considerado el libro más completo escrito sobre las loterías en Colombia; la Cartilla Cívica, el cual fue reproducido por las Cartillas de El Mundo y la Universidad de Antioquia y que fue distribuido en escuelas, bibliotecas y casas de la Cultura de Antioquia; de Crónicas al Azar, una recopilación de crónicas costumbristas y de humor; y Positivas I y Positivas II, que son el fruto de las notas periodísticas realizadas en la emisora Estrella Estéreo, llenas de humor, curiosidad y positivismo. En la actualidad, prepara el libro 80 años apostándole al futuro, con motivo de los 80 años de vida de la Lotería de Medellín.

Esta entrevista se llevó a cabo una calmada tarde de domingo en la comodidad de su apartamento, ubicado en el barrio Laureles de Medellín. Por su manera de hablar se puede conocer su carácter sencillo y tímido, aunque servicial y conversador. A pesar de llevar un par de años jubilado, Alonso trabaja más que nunca –según él mismo asegura-. Con un libro por terminar y una revista que dirigir, este tamesino distribuye sus días trabajando al ritmo propio de las personas que pueden darse el lujo de no madrugar ni regirse por un horario de oficina, fruto de una vida entera de arduo y honesto trabajo.  

2 comentarios: